sábado, 27 de noviembre de 2021

El barco

 






                                            Voy a contaros un cuento de marinos, o más bien un cuento de personas, pues la moraleja del mismo viene a decir lo complicados, y paradójicamente simples que podemos llegar a ser.

     Era un joven pescador qué, como todas las mañanas, salió con su barco a faenar. Llevaba provisiones para el día, pero una violenta tormenta lo tuvo a la deriva por más de tres jornadas, sin rumbo, sólo en el océano. Incapaz de hacerse con el control del barco, sediento y terriblemente cansado, rompió a llorar. Luego rezó, y entre oraciones se quedó dormido.

     Al despertar, lucía un sol espléndido y el mar estaba en calma. Comprobó que el bote no sufría desperfectos y se alivió. A lo lejos avistó tierra. Quizá fuese un islote que no figuraba en el mapa. A saber cuantas millas había navegado. Allí se dirigió, con la esperanza de encontrar agua dulce. Al llegar, soltó el ancla y a nado se acercó a la playa. Para su asombro, un grupo de nativos, semidesnudos, le estaban esperando. A duras penas y con gestos se hizo entender. Aquella gente era amable y acogedora . Le condujeron hasta su poblado, que era un grupo de chozas echas de arcilla y paja. Le dieron agua y comida y le invitaron a descansar.

     Y así paso un tiempo. Aprendió su idioma, su manera de vivir, sus costumbres y su filosofía. Eran felices con poco, y él también era feliz. Sintió, por primera vez en su vida algo parecido a la libertad, era dueño de sí mismo. Cada día era diferente, sin preocupaciones, nada más que alimentarse y vivir, con tiempo para pensar, caminar, reír. Incluso aprendió a cazar.

     Una joven se fijo en él, y él en ella. Empezaron a pasar tiempo juntos, a solas, y terminaron uniéndose. Construyeron una casa y fueron agasajados como nueva pareja ¡Dios, aquello era el paraíso! Tuvieron hijos y así pasaron los años. Era un hombre nuevo, con una familia de verdad en el lugar más bello y virgen que se había imaginado.

     Mas una noche una terrible tormenta sacudió la isla de norte a sur. Hubo daños. Algunos tejados habían volado e incluso algún árbol cayó. Pronto se pusieron a reparar los desperfectos, pero nuestro joven protagonista descubrió, horrorizado, que su barco se había hundido. ¿Horrorizado por qué? Os preguntareis, pues no lo utilizaba y allí era feliz ¿Para qué quería el barco? Tampoco él lo sabía, pero cambió. Dejó de ser feliz. Dejo de reír, de amar la vida, de sentirse afortunado. Incluso la presencia de su amada y de sus hijos le incomodaba, y cayó en una profunda depresión, de la que jamás se recuperó.

     Puede que aquel barco representase para él la libertad de elección, la oportunidad de marchar si algún día así lo decidiese, aunque nunca llegase ese momento. Y es que lo queremos todo. Ese es el problema.


lunes, 1 de noviembre de 2021

Virgen

 


                    Era un matrimonio normal. De esos que cuadran cuentas a diario para llegar a fin de mes. Ella limpiadora, él repartidor.  Supervivientes, como tantos.

 Como suele ser habitual en estos casos, querían un futuro mejor para su hijo, su único. Un futuro en el que él decidiese que hacer con su vida, y no la vida que hacer con él. Para ello, y tras mucho meditar, tomaron una drástica decisión. Sacaron al niño del colegio en cuanto tuvo la primaria. Lo matriculaban, eso sí, pero sólo para hacer el paripé con asuntos sociales, mas el chico no iba a clase, se quedaba en casa. La idea era preservar su cerebro intacto, carente de información y con la mínima cultura. Sabía leer, sumar y escribir, poco más, y cualquier pregunta que  hacía era respondida con evasivas, o con un: “lo sabrás llegado el momento”. Y así creció, en la más profunda ignorancia, hasta que, como había augurado su padre, los principales partidos políticos conocieron su caso y se fijaron en él.

Le llovieron ofertas. Tenía el cerebro perfecto para ser dogmatizado desde cero. Era un libro en blanco, un filón. Le esperaba, como le decían, una larga y exitosa carrera por delante, cosa que se cumplió con creces.

Cuando se decantó por una de las ofertas, lo reeducaron, o mejor dicho, lo educaron. Aprendió todo lo que le quisieron  enseñar desde una sola óptica, y obtuvo un discurso veraz, creíble, pues él estaba convencido. Solo existía una verdad en sus palabras, que es lo que vende en estos tiempos. Y llegó lejos. Muy lejos.

Lo orgullosa que se sentía su madre, cuando hablaba de él con su vecina, cuyo hijo había estudiado para juez. “Quien sabe, Mari, puede que tu chico termine trabajando para el mío”.


lunes, 25 de octubre de 2021

Vocación



 

                                          "Tienes toda la razón, socio. Yo también conozco un caso parecido al que me cuentas. Un tío que empezó desde abajo, y llegó lejos.

 Era un chaval de mi barrio, buen tío, normalito, pero con un talento especial para las drogas. Le gustaban todas, especialmente la coca, aunque no le hacía ascos a nada. Tenía, como te digo, algo especial. Era una especie de sumiller del perico. Entre su experiencia, que era mucha, y un sexto sentido innato para catar, lo detectaba todo. Procedencia, si estaba cortada, como era la subida, el bajón…todo. Un hocico fino, vaya.

Empezó pillando para los colegas.  Nunca se equivocaba y sabía donde encontrar farlopa  de la buena. Con estos pequeños "trapis" , a él le salía el tema  gratis. Bien, pero, como tonto no era, un día se dijo:”Coño, aquí hay negocio”. Y así fue. Se corrió la voz y al poco le vendía a todo el barrio. En la calle, el boca a boca funciona, y como siempre vendía tema bueno, le sobraban compradores. Incluso se permitió cortarla en más de una ocasión, pues sabía de sobra con qué, y que no se notase.

Luego vinieron los clientes especiales. Esos pijos que te piden algo bueno para follar, o para una fiesta, o para estar de tranquis, y claro, como él era un experto, les asesoraba de la hostia.

Total, que el negocio creció. Contrató gente para el menudeo. Empezó  a mover cantidades tochas, y se hizo un nombre. Incluso la pasma  le respetaba. Nunca hubo una sobredosis y nunca un marrón de sangre. Todo controlado. Sin malos rollos. Llegó un momento que tenía tanta pasta, en negro, claro, que incluso cuando le ponían una multa se alegraba, por qué, como él decía: “Así contribuyo con el estado”.

Pero un buen día todo se jodió. Llegaron las multinacionales, y adiós. Bandas de fuera con mucha pasta y con mucha peña. Vendiendo barato y a todas horas. En todas partes. Una plaga.                                 

Le dieron dos alternativas. Coger un dinero por retirarse, o movida. Y como las movidas no eran su rollo, se jubiló. Andará por algún parque viendo como "gramean"  los chavales. Con cuarenta tacos, tampoco está mal.

 Pero en la calle nada volvió a ser lo mismo. Es todo mucho más frío, sin implicación personal. Llegas, pillas y te vas. Ni los buenos días, colega. En cierta manera se le extraña.

Más o menos como el ferretero que me cuentas, que llegó el “Leroy Merlin” y a la mierda.El pez grande se come al chico. Así con todo. Vaya asco de vida."

domingo, 24 de noviembre de 2013

Entretenimiento en negro








                      Me presento; mi nombre es Bruno y me dedico a matar gente. Gente que estorba. O gente que estorba a mi jefe, mejor dicho. Es, mi jefe, un hombre importante, poderoso. La mitad de la droga que se mueve en esta ciudad pasa por sus manos; es decir, que trabajo no me falta, gracias a Dios.

Aunque pueda parecer vanidoso, he de decir que soy bueno en lo mío. Muy bueno. Jamás dejo huellas ni pistas que seguir. Tanto es así, que cuando me cargo a alguien todos saben que he sido yo; todos menos la poli, claro. Quizás, por eso, me siento un tanto incomodo con este último encargo. Sus palabras  fueron estas : " Bruno, mi mujer se ve con otro tipo, me la está pegando. Entérate de quién es y bájatelo"
Al ser un tema personal, no de negocios, ha de parecer una chapuza. Que nadie crea que ando yo por medio.

 Hago lo que haría cualquier  novato; comprar una pistola "sucia" en el mercado negro. Una de estas pipas con pasado turbio; Algún marrón de atraco o ajuste de cuentas, a saber. Algo que se relacione con una pista falsa. Con esto y un buen plan será suficiente. Puedo proceder.
He quedado con mi jefe en un descampado fuera de la ciudad. Nadie lo sabe, ni su socio, ni sus amigos, nadie. Quiere prudencia, es su honor el que está en juego y sólo se fía de mí para estas cosas. Ser un cornudo no es plato de buen gusto, supongo, y además no está bien visto, no sé por qué.
 Veo su coche a lo lejos. Me acerco, abro la puerta y me siento a su lado.

- Hola Bruno ¿lo has hecho? Dice sin mirarme.

- Aún no. Respondo mientras pego el cañón del revólver en su moflete.

- ¡ ¿Pero qué haces?!

Tranquilamente le miro, esta atónito, confuso. Siento su miedo.

- Me dijiste que matara al que se tira a tu mujer ¿no? Pues eso.

- ¡Pero yo soy su marido, imbécil!¡Al otro, me refiero al otro!

- El "otro" soy yo- digo antes de disparar. Le meto dos tiros en la cara, y luego vacío el cargador sobre su cuerpo. Que parezca hecho con miedo, o rabia. Da igual. Después le quito la billetera, y ya puestos, corto su nariz; la pasma está obsesionada con las bandas latinas, puede que les dé por investigar por ahí; con estos inútiles nunca se sabe. Echo un vistazo rápido, a modo de despedida, digo "ciao" como en las pelis y me voy.


Ya sólo me queda  llamar a Carla y darle el pésame. Seré el primero, eso seguro. No le diré que he sido yo, claro. Con las mujeres nunca se sabe; lo mismo le da pena y la jodimos. Me mostraré cariñoso y protector. Necesitará a alguien que la consuele, y de paso le ayude en los negocios del difunto. Puede contar conmigo, ahora estoy en paro.




miércoles, 16 de octubre de 2013

El valor






Estoy sentado en un café, ojeando la prensa mientras desayuno. El local es amplio y está bastante concurrido a esta hora. De entre la gente que puebla la barra, dos individuos llaman mi atención, y no solo la mía, sospecho. Son dos jóvenes, visiblemente cargados de copas que se agarran, casi literalmente al mostrador. No son voceras, ni molestos, simplemente se les adivina una larga noche de alcohol y fiesta a sus espaldas. Ojos rojos, mirada perdida y desaliño en su vestir. Por lo demás, están a lo suyo, hablando, o tratando de hacerlo, entre ellos; a su rollo.

Al parecer, la necesidad aprieta, y uno de ellos, tras dar un lento vistazo en derredor, ve, no sin esfuerzo, el cartel de los servicios, que están en el extremo opuesto del local. Hace una seña a su colega y se aventura, sólo, a despegarse de la barra  e iniciar el previsiblemente largo camino al baño.
A los pocos pasos la cosa se complica. El muchacho pierde el equilibrio, y tras unas aparatosas curvas y meneos, tiene que agarrarse a una de las mesas para no caer. Con los tremendos bandazos ha tirado un par de sillas; su cara esta blanca, los ojos entornados y las piernas separadas formando una extraña y llamativa estructura de sostén.

El bar ha enmudecido; todas las miradas se clavan en el chico; sorprendidas, asustadas, inquisidoras; desafiantes algunas. Todos aguardan el siguiente movimiento. Nadie se levanta. "Joder- pienso- de ser un ciego, una embarazada o un abuelo habría ya media docena de manos ayudando". Tampoco yo le socorro, quizás por timidez, o tal vez por qué soy igual de capullo que el resto.
Tras un largo y denso silencio, su amigo, que no ha perdido detalle, toma aire, un buen trago de su copa y, cerrando los ojos, decidido, se dirige al sitio donde se ha bloqueado su colega. Sin saber ni cómo, reúne el valor y la pericia necesarias para agarrar a su amigo por la cintura y, encontrando el punto de gravedad de ambos, lo conduce, despacio y a trompicones, a los servicios. Ha sido largo, costoso, agobiante, como culminar una montaña o correr un maratón, lo sé. Ahora por fin están los dos dentro, refrescándose la cara, meando y lo que necesiten hacer.

La escena me recuerda, inevitablemente, a esos heroicos soldados que en el frente, sorteando balas enemigas y jugándose el culo, retroceden para cargar sobre los hombros a su compañero herido. Ya, estos últimos arriesgan la vida, cierto. Pero este, el que hoy he visto, se jugó, y perdió, a los ojos de la mayoría, la vergüenza, que a veces importa más que la vida misma. Son actos de valor, por igual; motivados ambos por amistad, compañerismo; decencia.


Me despierto. Todo ha sido un sueño; estoy empapado en sudor. Me ducho y bajo a desayunar. He pedido café y copa. Quiero seguir el camino de la gloria.



  

jueves, 7 de marzo de 2013

Y al final, juntos de nuevo












                            ¿Caprichoso el destino, dices? Mejor di cabrón, y aciertas. Mira, he visto cosas en la vida que la única explicación que encuentro es la de la broma macabra, o la putada.
Te contaré una de esas que es para mojar pan, escucha: Eran dos chavales de mi barrio, hace ya bastante. Serían los ochenta o así, en plena fiebre de la heroína en Madrid. Recordaras que de aquella se pasaba del canuto al pico, así, en un “plas”.
Bien, estos tíos que te digo eran gemelos; no igualitos, pero gemelos. Habrás oído mil historias sobre gemelos, eso de que tienen una especie de conexión especial, o algo parecido, tipo telepatía. Vamos, como un sexto sentido entre ellos. Te pasará como a mí, que no me creía ni papa de esos rollos, pero deja que acabé la historia y verás.

Estos dos no eran nada especial, salvo para su madre, claro, que los tenía consentidos de la hostia. Hasta el viejo se lo decía: “María, joder, que no son los más guapos y chulos del barrio, coño, que se lo van a creer”, y claro, les paso lo que les suele pasar a los nenes mimados que no reciben un guantazo a tiempo; lo mismo que hoy salen gilipollas,  antes se hacían yonquis. Ahí es donde entro yo, que por aquel entonces me ganaba la vida vendiendo jaco a los chavales. Aquello era una bola para los talegueros como yo. Salías de la cárcel, juntabas un poco de pasta para mover medio kilo de caballo y te forrabas.
Cuando conocí a estos dos estaban ya enganchados de cojones. Se querían, si; inseparables y toda esa historia, pero eran yonquis y un día pasó lo que termina por pasar en estos casos. Uno fue a pillar para los dos y se lo acabó metiendo todo él. Cuando el otro se enteró, lo típico; se liaron a hostias y se dejaron de hablar. Cosas de yonquis, ya sabes; puedes cagarte en su puta madre pero no tocarles la papelina, eso es sagrado.
Pasaron un  par de años. Yo les seguía vendiendo. Eso sí, hacían todo lo posible por no coincidir. Si uno venía por la mañana, el otro lo hacia por la noche. Yo a lo mío; como mucho les informaba, en plan: “ha estado tu hermano por aquí”. Silencio, o un seco:” que le den por culo al cabrón ese”

Un día todo se fue a la mierda. Trincaron a quien me suministraba y tuve que cambiar de proveedor. Aún hoy día no se bien si lo que me vendió era demasiado puro o es que estaba cortado con mierda, pero resulto ser una bomba. Cayeron como moscas. Que yo sepa palmaron cinco habituales, todos por sobredosis, que es como le llaman los médicos al “chungo”. Yo me tuve que pirar echando leches, y para no volver. Por un lado me buscaba la pasma y por otro los piezas y los que casi pillan. Calcula.
Con el tiempo me enteré que entre los que murieron estaban los dos hermanos, ya ves. Palmaron el mismo día, tío, como gemelos de peli mala. Nacieron y murieron a la vez, y además de lo mismo. Lo que te dije, el puto destino.
La lápida que les puso la vieja tuvo su gracia:

“Que la muerte una para siempre lo que la vida separó”

Hay que joderse.Tendría que haber puesto: Que la droga una para siempre lo que la droga separó, ¿no crees?







jueves, 7 de febrero de 2013

Vacío existencial, lo llaman







                           Quien te ha visto y quien te ve ¿Qué te ocurrió para acabar así? Caer de lo más alto es doloroso, aunque fácil; se puede hasta prever, pero amigo, quedarse en ese punto intermedio tan anodino y gris, donde ni se ríe ni se llora, es lo peor. Es el vacío.
En cierta manera la vida es como el cine; hay secundarios y principales. Gente, la mayoría, más acostumbrada a moverse en aguas tibias, planos intermedios, persiguiendo tan solo aquello alcanzable. Son los que triunfan.
Tú, en cambio, siempre fuiste líder…bueno, casi siempre. Rey de tu vida, príncipe del barrio y de la noche ¡Ah! Eras la envidia. Mimado por las chicas, jaleado por los muchachos, a tu lado la fiesta era rutina y el aburrirse tabú.
¿Cuánto se puede uno reír? ¿Y gozar? Tú conoces los límites; todos los superaste.
Llegó un momento en el que no concebías la vida sin placer. Si, corriste toda una larga juventud sin volver la vista atrás, sin apenas sufrir, sin pensar, y todo te salió a pedir de boca. Pero llegó, de repente y sin preaviso, el amor. Ah, esa chica, con lo inexperto que eras tú en eso del querer. Pronto congeniasteis. Os amabais y hacíais una bonita pareja. Ella, como era de esperar, te pidió que frenaras un poco tú vida, que te centrases. Fuiste dejando la barra, la noche, los placeres secundarios y cediste a una vida para la cual no estabas preparado. Hogar. Todo fue un sueño con fecha de caducidad. Ella, como cualquier pareja, te fue pidiendo cada día más, y tú, sin darte ni cuenta, cediste y cediste hasta perder tu propia personalidad. Las relaciones, amigo, son una lucha cuerpo a cuerpo; no puedes abusar, pero tampoco perder el pulso, como tú.
Tanto cambiaste, tan manso te volviste, que incluso ella te terminó dejando. Lógico, ya no eras quien un día la enamoró. Y ahí te quedaste, en la cuneta. Que manera de sufrir, compañero. Mordiendo el polvo del abandono, la soledad forzada, el miedo.
Cuando quisiste volver a tu pasado ya era tarde. Diez años fuera de la noche es demasiado tiempo; todo cambia, incluso uno. Ya había nuevos reyes, nuevas risas y tuviste que entrar por la puerta de atrás. Ya sabes, la del alcohol y la derrota. Con poco dinero y mucho que llorar es fácil derrumbarse, y los perdedores no son bien recibidos en ese mundo, ni en ninguno.

El pasado te dio la espalda; incluso el suicidio falló. Es tan caprichosa la muerte, que por mucho que la llames con pastillas y torpes tajos en las muñecas si no quiere venir, no viene…es mujer, al fin y al cabo. Nada, tan sólo dolor, mucho dolor. Pero aún así, fíjate lo que te digo, eras alguien ¿verdad? Si, la autocompasión reconforta. Caíste, claro, en el alcohol. Dos o tres años borracho ¿Qué más da el tiempo? Pero siempre hay alguien que se empeña en rescatarte, y estas tan débil y desesperado que en vez de mandarlo a la mierda, le sigues ¿Quién fue? Tu padre, creo; el mismo que te dijo “para salir adelante en esta vida, chaval, debes llenarla, y cuando ya no la puedas llenar tú, deja de ser el protagonista de ella. Ponte en segundo lugar; serás feliz” Que razón tenía el viejo. ¿Eh? Por eso la gente hace hijos, tiene mujer, o busca a alguien que le quiera, y en quien pensar. Te curaste. Saliste del alcohol, pero no le hiciste caso al bueno de tu padre y ahí estas, como único actor, rebuscando en un pasado que no encuentras, que ya, lo que es peor, ni duele.

 ¿Qué puedes hacer ahora? Ya nada. Tocaste los dos polos ¿cómo pedirte que te quedes en el centro? Imposible ¿Matarte? Para que, si ya estas muerto. Además, ahora mismo te falta el valor que en su día tuviste, el que da la desesperación; pero ya ni eso, amigo ¿Drogas? Sabes bien que estas tan solo potencian nuestro ánimo; si estas bien, te multiplicas, si estas mal quieres morir, pero si como tú, no estas…desapareces ¿vegetal? puede.

Tan solo una cosa puedes hacer ya, a modo de suicidio emocional; subir el volumen del televisor, para así no escuchar el incomodo silencio de tus recuerdos.