Os presento a Mario Gómez. Uno más, en este teatro de sueños
y despertares que todos conocemos como vida. Vida que, en el caso concreto de
Mario, administrativo de profesión, es una tela gris salpicada, con cierto
desorden, de algunas caprichosas y anárquicas pinceladas de color ; las que le
da, o le daba, mejor dicho, su compañera sentimental. Amor, pasión y
desencuentro: Vida.
Ahora, en éste momento, Mario tiene sobre la mesa del
dormitorio su futuro; una cuerda anudada a modo de horca; y en la mente, como
un molesto clavo de acero, su pasado; latiendo aún; dañando. Va ya para cuatro
semanas que ella se fue, escupiendo un “te odio” y un adiós. Portazo, y hasta
hoy. - Quizás, como autor, este dando demasiadas pistas al relato, pero al ser
narrado en presente, me limito a contar lo que veo… y ya se verá -
Torpemente, pues no olvidemos que es oficinista, Mario ata
la maroma a un tubo metálico que atraviesa, a una considerable altura, el marco
que da entrada a su cuarto. Es una barra que, paradojas de la vida, Mario
utiliza a diario para mantenerse en forma, haciendo flexiones. Ahora, sabedor
de que soporta su peso, le ayudara a todo lo contrario. Dejar de estar en
forma; para siempre.
Subido a un taburete, nuestro mustio personaje desliza la
cuerda por su cuello, como hacía hasta ayer con su corbata, -que no deja de ser
otra soga que de alguna manera nos mata en vida -
Un último vistazo en derredor acentúa aún más su pena. Todo
es desolación, vacío, y lo que es peor; recuerdo. Cada rincón de su casa guarda
un recuerdo. La sombra de su novia sigue allí, como un espectro. Angustiado,
Mario cierra los ojos. Le tiemblan las piernas y el taburete cae; o se deja
caer, da igual. La soga quema el cuello, el pelo suda y su cuerpo se estremece.
No va a ser rápido, se teme.
De pronto siente como algo vibra a la altura del bolsillo
izquierdo del pantalón ¿será una erección? Por todos es sabido que la asfixia
produce ese efecto. Pero no. ¡Coño, no! Es el móvil. Nervioso, intenta
alcanzarlo, y aunque los brazos parecen más cortos al estar colgado, lo logra
coger. A duras penas mira la pantalla ¡Es ella! Mario descuelga mientras trata
de llevárselo a la oreja. La puñetera cuerda no deja de balancear su tenso
cuerpo en el aire.
- Mario…soy yo, verás…yo ¡necesito verte, Mario! ¡Aún te
amo, vida!...perdóname.
Silencio. El pobre infeliz trata de hablar, pero no
encuentra el aire.
- ggghhh…
- ¿Mario? ¿Estas ahí...?
- ghhhhh…
Como era de esperar el teléfono cae, para colmo de Mario,
que ve, impotente, como se cae también su mundo, su vida y su suerte. Por fin
llega el estertor, y tras el, la muerte del suicida. Un prominente bulto en el
pantalón del fallecido delata la erección más impotente del muchacho.
Si es que hay que pensar mejor las cosas, Mario… o bueno,
puede que no. Quien sabe.
Por cierto, soy el destino, ejerciendo de narrador. Algunos
me llaman caprichoso, otros sarcástico y otros cabrón. Puede que exista, o
puede que no. Quizás soy ficción, como el protagonista del relato, o tal vez
certeza, ineludible y escrita. Puedo ser una simple excusa para quien no quiere
asumir el coste de sus propios errores, o por el contrario, ser final o
principio, inevitable y preestablecido, de vuestra absurda existencia. A saber.
Preguntad al autor. Yo estoy cansado.