sábado, 25 de febrero de 2012

Impotencia y erección





                             Os presento a Mario Gómez. Uno más, en este teatro de sueños y despertares que todos conocemos como vida. Vida que, en el caso concreto de Mario, administrativo de profesión, es una tela gris salpicada, con cierto desorden, de algunas caprichosas y anárquicas pinceladas de color ; las que le da, o le daba, mejor dicho, su compañera sentimental. Amor, pasión y desencuentro: Vida.

Ahora, en éste momento, Mario tiene sobre la mesa del dormitorio su futuro; una cuerda anudada a modo de horca; y en la mente, como un molesto clavo de acero, su pasado; latiendo aún; dañando. Va ya para cuatro semanas que ella se fue, escupiendo un “te odio” y un adiós. Portazo, y hasta hoy. - Quizás, como autor, este dando demasiadas pistas al relato, pero al ser narrado en presente, me limito a contar lo que veo… y ya se verá -

Torpemente, pues no olvidemos que es oficinista, Mario ata la maroma a un tubo metálico que atraviesa, a una considerable altura, el marco que da entrada a su cuarto. Es una barra que, paradojas de la vida, Mario utiliza a diario para mantenerse en forma, haciendo flexiones. Ahora, sabedor de que soporta su peso, le ayudara a todo lo contrario. Dejar de estar en forma; para siempre.

Subido a un taburete, nuestro mustio personaje desliza la cuerda por su cuello, como hacía hasta ayer con su corbata, -que no deja de ser otra soga que de alguna manera nos mata en vida -
Un último vistazo en derredor acentúa aún más su pena. Todo es desolación, vacío, y lo que es peor; recuerdo. Cada rincón de su casa guarda un recuerdo. La sombra de su novia sigue allí, como un espectro. Angustiado, Mario cierra los ojos. Le tiemblan las piernas y el taburete cae; o se deja caer, da igual. La soga quema el cuello, el pelo suda y su cuerpo se estremece. No va a ser rápido, se teme.

De pronto siente como algo vibra a la altura del bolsillo izquierdo del pantalón ¿será una erección? Por todos es sabido que la asfixia produce ese efecto. Pero no. ¡Coño, no! Es el móvil. Nervioso, intenta alcanzarlo, y aunque los brazos parecen más cortos al estar colgado, lo logra coger. A duras penas mira la pantalla ¡Es ella! Mario descuelga mientras trata de llevárselo a la oreja. La puñetera cuerda no deja de balancear su tenso cuerpo en el aire.
- Mario…soy yo, verás…yo ¡necesito verte, Mario! ¡Aún te amo, vida!...perdóname.

Silencio. El pobre infeliz trata de hablar, pero no encuentra el aire.

- ggghhh…

- ¿Mario? ¿Estas ahí...?

- ghhhhh…

Como era de esperar el teléfono cae, para colmo de Mario, que ve, impotente, como se cae también su mundo, su vida y su suerte. Por fin llega el estertor, y tras el, la muerte del suicida. Un prominente bulto en el pantalón del fallecido delata la erección más impotente del muchacho.

Si es que hay que pensar mejor las cosas, Mario… o bueno, puede que no. Quien sabe.
Por cierto, soy el destino, ejerciendo de narrador. Algunos me llaman caprichoso, otros sarcástico y otros cabrón. Puede que exista, o puede que no. Quizás soy ficción, como el protagonista del relato, o tal vez certeza, ineludible y escrita. Puedo ser una simple excusa para quien no quiere asumir el coste de sus propios errores, o por el contrario, ser final o principio, inevitable y preestablecido, de vuestra absurda existencia. A saber. Preguntad al autor. Yo estoy cansado.