Se acerca esa noche en la cual el hombre rinde pleitesía al
mayor enemigo de su libertad, y que paradójicamente él mismo creó. El reloj.
La imagen recordará, inevitablemente,
a las multitudes Hitlerianas que enfervorizadas esperaban las palabras del
führer, no muchos años atrás.
Esta vez los uniformes son distintos. Será el disfraz de lo
alegre el que se imponga, y las filas de gente han de ser aparentemente anárquicas.
Risa forzada, alcohol y voces. Desorden ordenado por los medios, por el sistema
y por ese consumismo programado y desmedido de la fecha obligada. La insolente
felicidad desatada por el bienestar ficticio
de unos muchos contrastará drásticamente con la humillante precariedad de los
menos.
A media noche, todos mirarán obnubilados a ese gran hermano
con agujas, esperando unos metálicos sonidos que den comienzo a los doce
segundos más fascistas del año, en el que todos, sin rechistar y complacidos,
harán lo mismo. Comer uvas, en ordinario y patético símbolo de sumisión.
Al finalizar, gritos de júbilo histérico y fingido
pronunciaran, al unísono, la gran mentira; ¡Año nuevo, vida nueva!
No obstante, feliz año nuevo.