domingo, 30 de diciembre de 2012

El ruido de los corderos






                      



                         Se acerca esa noche en la cual el hombre rinde pleitesía al mayor enemigo de su libertad, y que paradójicamente él mismo creó. El reloj.

 La imagen recordará, inevitablemente, a las multitudes Hitlerianas que enfervorizadas esperaban las palabras del führer, no muchos años atrás.

Esta vez los uniformes son distintos. Será el disfraz de lo alegre el que se imponga, y las filas de gente han de ser aparentemente anárquicas. Risa forzada, alcohol y voces. Desorden ordenado por los medios, por el sistema y por ese consumismo programado y desmedido de la fecha obligada. La insolente felicidad desatada por el  bienestar ficticio de unos muchos contrastará drásticamente con la humillante precariedad de los menos.
  
A media noche, todos mirarán obnubilados a ese gran hermano con agujas, esperando unos metálicos sonidos que den comienzo a los doce segundos más fascistas del año, en el que todos, sin rechistar y complacidos, harán lo mismo. Comer uvas, en ordinario y patético  símbolo de sumisión.

Al finalizar, gritos de júbilo histérico y fingido pronunciaran, al unísono, la gran mentira; ¡Año nuevo, vida nueva!


No obstante, feliz año nuevo.





sábado, 8 de diciembre de 2012

Jornada confusa










                           Suena, impertinente como siempre, esa repelente maquina de romper sueños que alguien, en un arrebato de originalidad, bautizó cierto día como despertador.

Abro los ojos con esfuerzo; después la boca, emitiendo un sonoro gruñido parecido a un bostezo. Más que un bostezo, pienso mientras trato de rascar esa zona inalcanzable de la espalda que siempre pica, es una especie de suspiro ahogado; un suspiro producido por la angustia de saberse, de nuevo, en el mundo real, en el que duele.


Huelo a café. Una efímera ilusión de que mi mujer haya preparado el desayuno desaparece al recordar, aún en mi resaca, que hace semanas me dejó. Sin duda el olor procede de otro piso más feliz que el mío. Miro el reloj. Faltan un par de horas para que amanezca. Hora de levantarse.
Despacio, a desgana, me visto por inercia; algo que, como conducir, hago de memoria, o lo que queda de ésta.
Una pasada rápida por el baño; lo justo para mear mientras mi tos despierta a algún vecino, mojar con abundante agua cuello y cara, y pasarme un peine por el pelo. Café de ayer recalentado en microondas, y a la calle.


El camino al metro es una perezosa sucesión de imágenes revividas a diario durante años. Nada es nuevo; apenas la cara de algún despistado buscando un bar abierto o las más que previsibles inclemencias meteorológicas tratan, sin éxito, de romper en parte la monotonía del trayecto.

Una vez en el vagón, más de lo mismo. La gorda del abrigo azul con sus constantes e inquebrantables esfuerzos en lograr un asiento libre; la chica de las gafas que jamás me ha dedicado una mirada, pese a mis intentos; el joven- o ya no tanto- de los auriculares que siempre se duerme,; el avinagrado tipo de los codazos. Gente con la que, echando cuentas, he pasado bastante más tiempo que con muchos amigos o familiares con los que me puedo sentar a cenar en navidad o a jugar un mus mientras nos contamos nuestras tristes, o rutinarias, que es peor, vidas.

Llegamos por fin a mi parada. Bajo, y sin mirar, voy preparando un cigarrillo. La primera calada de tabaco, además de ser el mejor expectorante que conozco, tiene la discutible virtud de recordarle a mi paladar el sabor, e incluso la cantidad aproximada- siempre mucha- del licor consumido ayer. A veces simple cerveza, otras vino; las más, últimamente, whisky sólo.

Tras dos manzanas llego a la puerta de la fábrica. De pronto, paro en seco; noto un repentino frío que recorre mi espalda y un agudo dolor en la cabeza. Tiro el cigarro y levanto los ojos del suelo. Fijo la vista en el portón de entrada; está cerrado. Después veo al portero, que extrañado y un tanto compasivo me mira. Hago un esfuerzo y recuerdo aquello que insisto en olvidar. La realidad aparece, como siempre, y me fuerza la pregunta:

¿Pero que coño hago aquí otra vez? ¡Estúpido parado!... la fabrica cerró hace más de un mes, joder.


jueves, 22 de noviembre de 2012

Moléculas






   




                    Cierra los ojos, será mejor. Crees que me conoces, y yo a ti, mas nos equivocamos. Nada hasta ahora ha sido igual y nada volverá a serlo.
Tan sólo somos dos diminutos humanos ante un beso; nada más.
Son tan irrelevantes nuestros rostros, nuestras vidas y nuestros mismísimos conceptos comparados con un beso, que nuestra difusa existencia, considerada como El Todo, se eclipsa por completo en un mágico minuto, donde el hecho supera al hombre de la misma manera en que el arte supera al artista.

¿Quiénes somos nosotros comparados con el beso que nos damos? Improvisados actores de la vida misma, esa que paladeamos cuando la parte más húmeda de nuestros cuerpos se rozan, se juntan y se prueban con cadencia y temblor. Y es él, y solo él, el beso, quien dirá lo que nos une y nos elegirá un futuro. Amor, pasión, deseo; quizás cariño. Es allí, en la infinita profundidad del beso, donde el único acto físico del alma fluye, y con ello, veremos más allá de nuestros labios; perderemos por un instante milagroso nuestra tan necesaria como desmedida vanidad y nuestro molesto egoísmo humano. Seremos, no lo dudes, puros y honestos, conscientes de nuestra minúscula importancia y nuestra efímera bondad.

Creo, pues aún no he llegado a ello, que un beso convencido es, con la muerte, el acto más sincero de la vida; dos momentos cortos pero intensos, en los que somos personajes de algo más, de un bello conjunto en el cual participamos y en el que, por terca y pretenciosa ignorancia, creemos nuestro.

Pero ven, prueba, y al terminar veremos. Quizás podamos intuir nuestro destino.

- Pero… ¿no era esto un relato?

- No. Tan sólo un beso.



viernes, 2 de noviembre de 2012

El paseo y la tregua








                                La guerra vino a interrumpir su plácida vejez, su tranquila retirada de la vida, pero como Don Eusebio le dijo a su hijo cuando este intentaba convencerle de emigrar a tiempo: “Hijo, si he sobrevivido a la paz ¿por qué iba a temer la guerra?”

El conflicto se cebó con especial crudeza en su ciudad; la capital. Aún hoy, después de un año de asedio, se pelea calle por calle, esquina por esquina; a diario cada rincón es una batalla sin cuartel, y la lucha, cuando el campo de batalla es territorio civil ,se vuelve en extremo dramática, con el agónico componente de lo reducido del terreno, de la falta de espacio, cuando lo que el miedo pide es correr. Los disparos y esos terribles gritos sordos de la muerte forman parte ya de lo cotidiano, del sonido rutinario de la urbe, del mismo modo que antaño lo fueron los motores de los coches o la voz del chatarrero.

Eusebio recuerda todo aquello; otros tiempos, otros ruidos. Otros paisajes menos grises, quizás. En cambio, el brazo que sostiene firme y dulcemente sigue siendo el mismo. Allí sigue a su lado, con la misma cadencia en el andar y esa serena elegancia en su mirar que un día, lejano ya, le enamoró. La memoria de su esposa ha sufrido serios baches con la edad, pero él esta a su lado para no permitir que perezcan sus recuerdos; cuesta mucho conseguirlos como para dejar que se borren de repente.

Todos los domingos, desde antes incluso de casarse, siendo novios aún, a Eusebio y su mujer les ha gustado pasear por el bulevar de la avenida del céntrico barrio donde viven. Una manera como otra de llenar de cierta paz mente y alma; un baño de aire que atenúe los problemas, al igual que otros buscan la iglesia, el bar o la petanca.

Este día luce un sol espléndido, y tras ayudar a peinar y vestir a su señora, Eusebio hace lo propio y sale dispuesto a dar su paseo dominical. Apenas ha atendido a los pocos vecinos que aún le quedan y que, atemorizados, dicen que cuidado, que la avenida es ahora zona de fuego. Ambas tropas disputan desde ventanas y tejados la gran calle, intentando ganar casa por casa la posición. Eusebio agradece cortésmente las advertencias, pero continúa en aquella dirección que tan bien conoce; casi sabría llegar con los ojos vendados.

Una vez allí, en la glorieta donde nace su calle favorita, se detiene unos minutos y observa pensativo. Al poco, toma una gran bocanada de aire, enciende un cigarrito puro, y le dice a su mujer, ya más relajado, que no se asuste por los disparos, que ya cesarán.    Y  así comienzan, una vez más, a pisar las grandes losas blancas de su tan conocida acera.

Como si de una aparición divina se tratase, los tiradores, atónitos, bajan los fusiles a su paso. Aquella pareja de ancianos parece un espejismo en medio del horror, una señal de vida que detiene a su paso la masacre. La única imagen realmente viva que han visto en todo un año de contienda.
Nadie dispara, incluso un soldado que apoyaba su fusil en el hombro para apuntar recibió un contundente puñetazo de su propio compañero.

Media hora de pausa, de luz, de aire ¿de esperanza? Quizás.

Don Eusebio observa a su mujer. Está algo fatigada ya, se lo nota, y aún queda cierto trecho para llegar a casa. Ambos deciden concluir su paseo y emprenden el regreso.

Al llegar a su portal, una asustada vecina les pregunta, visiblemente inquieta:

- ¡Pero Don Eusebio, como se le ocurre! ¿Pero no tiene usted miedo, hombre de Dios?
Don Eusebio arquea las cejas y sonríe al responder:

- ¿Miedo? Miedo me da la casa, mujer. Imagínese que nos cae una bomba encima ¡Que espanto!





domingo, 14 de octubre de 2012

Cosas de la vida




La barra de un bar, dos tipos, un par de copas, una charla:

-Y ahora, ¿qué piensas hacer?

- Aún no estoy seguro amigo, pero algo gordo, muy gordo. Ya te contaré.

- ¿Cómo de gordo?

- Pues algo que si sale bien me dé mucha gallina, y sino que me caiga una condena que te cagas. Estoy cansado, colega; me quiero retirar, fuera o dentro; eso ya me da igual.

-Entiendo La vida cansa, socio… la vida cansa.

-  ¿Qué si cansa? Escucha esto, verás; Hace tiempo yo era un tío normal; ya sabes, buen curro, casa, coche y esas cosa .Vivía solo, pero la soledad tiene doble filo. Es muy puñetera a veces, y te confunde. Te crees que te has enamorado cuando lo único que buscas es compañía, y así pasó. Conocí una chica maja; legal. Me sentía de puta madre con ella. Tenía un hijo, adolescente ya, pero yo estaba  muy encoñao y eso ni me importó. Me los lleve a vivir a los dos conmigo, y ahí empezó todo.

Desde el principio fue un puto caos; yo intentaba hacer una familia, pero el chico ya andaba muy torcido. Tenía mucha calle, mucha tontería y mucho mimito, hasta que un buen día me cansé y le partí la boca. Se puso a insultar a su madre a gritos y le tuve que meter un guantazo en los morros, con la mala suerte que acabó sangrando. Para que quieres más; denuncia al canto y aún encima la vieja va y testifica en mi contra; por el dichoso amor de madre y esas mierdas, supongo. Total, que maltrato a un menor y violencia domestica; tal y como están las leyes para que te voy a contar. Una multa de la hostia, un año de cárcel y alejamiento indefinido. Cumplí tres meses de trullo, y después de eso ponte a buscar trabajo; ni de coña. La jodida multa me dejó sin un pavo, y para colmo la orden de alejamiento, que me remató, pues aunque el piso estaba a mi nombre quienes vivían allí eran ellos, y pon a un menor en la calle hoy día; imposible, y menos aún sin pasta para abogados. Así empezó mi nueva vida, tío, la que llevo ahora. De palo en palo y de celda en celda, ya ves.

- Joder macho, que putada ¿Y volviste a saber de ellos?

- Si, algo oí. El capullo ese se fue metiendo en rollos cada vez más feos. Un día que andaba de mono se cargó a su vieja. Ahora estará en alguna cárcel por ahí; a saber.

- La hostia puta…cría cuervos, colega. De saber eso haberle matado tú ¿no?  Así ya tendrías una condena larga, y la tía se habría salvado. Al fin y al cabo era inocente.

- ¿…Inocente? ¡Ya! Inocente mis cojones.




jueves, 31 de mayo de 2012

Instinto y premonición







                       Agarrado al volante del coche, sin más paisaje que el auto que me precede, observo, intentando mantener la poca calma que me queda. Empiezo a sudar. No es el calor, tengo el aire acondicionado puesto, con su monótono run-run. Es la angustia. La angustia de la insoportable quietud. Llevamos parados mucho tiempo, avanzando cada diez minutos poco más de tres metros. El atasco parece no tener fin.

Mis nervios flojean, dejando paso al inevitable instinto. Éste me empuja a salir.
Como en una ciega reacción temperamental, sin pensar, con la adrenalina a flor de piel, bajo del coche y me subo  a su techo. Oteo el horizonte y no veo más que una inerte masa de vehículos encendidos, parados, expectantes; prácticamente moribundos.

Esta nueva óptica me empuja a caminar. Lo hago sobre los coches, saltando de techo a capó y de capó a techo, rápido y hacia delante. Mientras avanzo, los demás conductores me insultan y me gritan. No es por pisar sus coches. No, eso es la excusa. En realidad me insultan por avanzar, por salirme de la norma del atasco. Tampoco yo camino por desesperación, ni por agobio. Eso fue al principio, en las primeras zancadas. Ahora que llevo un buen trecho recorrido es la curiosidad la que me mueve.

Me llama la atención que bajo mis pies dejo atrás todo tipo de vehículos. Viejos, lujosos, familiares, deportivos; pero todos tienen algo en común; están parados.En un atasco, como en la muerte, todos somos iguales.

Al fondo, algo empieza a cambiar. Una inmensa y densa niebla me impide ver más allá.
Despacio, muy despacio, continúo. No veo absolutamente nada. Oigo ruido de golpes, y algún lejano grito que se pierde. Paro en seco y me agacho, agudizando mi vista al máximo. Lo que descubro me petrifica. Muy cerca de mi esta el final del atasco, y el motivo de éste.
Un gran cráter de varios kilómetros de profundidad se abre en la tierra, y por él van cayendo, inevitablemente, todos los coches que despacio y a ciegas se acercan. Sin tiempo para ver, ni para pensar; tan solo para gritar.



sábado, 19 de mayo de 2012

Tienes razón







                         Escucha amigo ¿me oyes? Acércate al papel un poco más; soy yo.Casi puedo ver tu cara en este momento. Lastima que nuestra relación, aún conociéndonos perfectamente, no sea física. Ésta camina entre el recuerdo, la imaginación y el sentimiento, con una alta dosis de sueños y deseos frustrados. Tan solo nos separa un traslucido papel, pero me conoces bien ¿Quién podría sino estar rellenando este espacio en blanco desde el otro lado, ese que tú no ves? Soy yo, el de siempre ¿Cómo presentarme? Tengo tantos nombres. Me has dado tantas identidades. ¿En cuantos entornos y situaciones habré estado? Ah, si yo  te contara las crisis existenciales que tuve en un principio; pero eso fue hace tiempo, después me acostumbré y asumí este rol de prolongación de tu carácter; del fruto de tus sueños e inquietudes.

                        A veces soy producto de tus miedos, querido autor, otras, las menos, de tus magnificas locuras. No te lo reprocho, es más, te entiendo, o eso intento.
A decir verdad, me sorprendes. Jamás se qué me tienes deparado. Un inexplicable suicidio, un asesinato fortuito; de vez en cuando soy un loco, o un simple desesperado sin final. De tu mano conozco todas las edades. Cambio de sexo con gran facilidad, de raza e incluso de especie. Me has hecho vivir buenas y malas situaciones. Conozco el amor y el desamor de igual manera. Puedo sudar, llorar o reír como un idiota. Incluso romper la baraja de repente, cuando rozas la esencia de tu anhelo más oculto y me imprimes un carácter superior.
Cierto; gracias por mi agitada pero intensa vida. Por tantas muertes y resurrecciones, por los momentos, por los recuerdos de mi que a veces grabas en la memoria de quien te lee y me acompaña en mi aventura o desventura.

                     A ti tampoco te va mal, supongo. Mientras rellenas folios tu mente se despeja, tus sueños toman vida y el alma queda limpia, o al menos relajada. Soy tu desahogo.
En paz estamos, pero una cosa si te pido, te ruego, te exijo: No permito tu apatía.
Si me has dado vida, creador, no te relajes ni acomodes, no te dejes morir. Recuerda que no eres el único que teme el papel blanco. Más motivos tengo yo, te lo aseguro.
 Dependo de ti, de tu inspiración, de tu moral, de tu esfuerzo. Crear, amigo, también es compromiso.

¿Has visto que manera de expresarme utilizo por momentos? Se me debe haber pegado tu pretenciosa manera de escribir.

                   Una última cosa; deja ya de quejarte de tu Dios, no lo maldigas; en cierto modo sois iguales. Por cierto, escribe tú el titulo.






lunes, 30 de abril de 2012

Historia de amor con fin




                                     

                                  Hay veces, cuando la soledad se pone tonta, que saco a pasear (no, eso no) mis recuerdos. He escrito “mis” sin pensar (como siempre) Por lo general no sé bien si dichos recuerdos son propios o ajenos, ni falta que hace. En mi caso, la falta de memoria (o exceso de whisky) es una bendición. Si, la amnesia me protege.
Recordaba, hace un rato, la curiosa aunque aparentemente simple historia de una pareja; de cómo coincidieron y por qué se gustaron.

Se conocieron ¿Dónde? Exacto, avispado lector, en un bar. Él era un tipo mustio y solitario. Ella, una belleza, siempre rodeada. El le ofreció, sincero, lo que podía darle; silencio y paz. Fueron muy felices (mientras duró)


Antes de conocerse, eran completamente diferentes; tanto en hábitos como en carácter. Él, introvertido y solitario, tenia por costumbre enchufarse un par de copas todas las noches, antes de subir a masticar soledad a su casa (era especialista en eso) Ella, siempre acompañada, tenía marcada ya, tan joven, esa sonrisa forzada que nos dibuja la vida social en el rostro. Esa mueca falsa (de gilipollas, si se me permite) que delata a las claras el tipo de vida que se lleva.

En cambio, de existir la simpleza hecha enigma, eso era él. Ni guapo ni feo. Ni alto ni bajo. Ni gordo ni flaco. Nada. Aparentemente nada, pero como nunca hablaba (salvo para pedir otra copa) tampoco se sabía a que atenerse. Lo mismo era un cerebro, o incluso un tipo con pasado, a saber. He ahí su único y posible atractivo.El silencio.
 Ella, por contra; mujer bandera, tremendamente tremenda. Sin desperdicio, como se suele decir. No pasaba desapercibida para nadie. Imposible.

El caso es que un buen día, y ante el asombro general, él, al verla curiosamente sola, la invito a una copa (le había dado pena verla así, decía luego) Ella aceptó. Le intrigaba ese tipo. Nadie sabe de lo que hablaron, pero se cayeron de puta madre. La muchacha, acostumbrada como estaba a que le soltaran el rollo los pocos hombres que se la intentaban ligar (solemos ser cobardes al acercarnos a una mujer más hermosa de lo normal), disfrutó de lo lindo pudiendo hablar siendo escuchada. Por fin podía desahogar, cansada ya de aguantar tantas serenatas.

El, por su parte, harto de oírse a si mismo, se sentía en la gloria escuchando los razonamientos, vivencias y conclusiones de un semejante (es un decir, lo de semejante) Además, claro esta, de recrear su vista.

Ya a solas, a la hora del sexo (tenia que llegar, no falla) fue un éxito para ambos.
Los dos descubrieron el sexo compartido. Cierto; los polvos que ella había echado eran solitarios, digamos que ególatras; ella, por vanidad, ellos por contarlo. Pasión cero. El, en cambio siempre había follado por necesidad, es decir, como hacerse una paja con pelo.
Descubrieron, además, el sexo con amor. Si, si… ya sé que no existe, pero ellos creían (o era cierto, no sé) estar enamorados. Y no hay nada como creerse algo para serlo, o para estarlo.
El auto convencimiento les dio ese placer (doble y duplicado) de dioses.
Y luego, el tacto (ah, el tacto) Él jamás se imaginó que el cuerpo de una mujer de esas que solo había visto en las películas (porno) tuviese ese tacto. Tan elástico, suave, erótico, vital. Calido y sedoso. Todo a un tiempo. Todo en una caricia que le daba más placer que la penetración en si (hasta que llego la felación, claro)

En fin, que todo salió a pedir de boca (nunca mejor dicho) Su idilio duro semanas, quizás meses, no lo sé. Pero fue intenso. Se querían, se escuchaban y gozaban. Juntos en su soledad de dos. Juntos en pareja, encontrándose a si mismos. Descubriéndose.

Al final, él se convenció por fin de lo que era; un hombre; igual de capaz o incapaz que cualquier otro. Ella se supo, a su vez, mujer normal, no mujer objeto. Mujer capacitada para acertar o equivocarse (sí, a veces se equivocan). Con lo cual, tras sus descubrimientos, su relación no tenia mucho sentido ya; todo estaba dicho, todo estaba hecho (o casi todo) Estaba (su relación) consumida y consumada.
 Algo bello debe tener fin para seguir siéndolo, y se lo pusieron (el fin), para darle la importancia que tenía y tuvo, para no consumir esa belleza en las llamas del tiempo y la desidia. No hubo dramas ni reproches. Sólo un adiós, un gracias y un te quiero. El amor, para ser cierto, debe concluir; eso decidieron y acertaron, pues aún se quieren (en el recuerdo)


Ahora os preguntareis si esto me pasó a mi; no creo, no me acuerdo.




viernes, 13 de abril de 2012

En un futuro cercano







           Cuando Raúl Tirado abre la puerta de su buzón, ve algo poco habitual; una carta.
En el momento de cogerla, y tras comprobar el remitente, su pulso comienza a temblar. Su cara es, en ese instante, la angustia hecha sorpresa.
La inesperada misiva es del “Ministerio de reubicación laboral. Departamento de población activa y control censal”. Raúl sube a grandes zancadas a su apartamento; prefiere leerla en casa, pues sospecha de que se trata.

Al liberar el membrete sus temores se confirman. Han cerrado la mayor planta de producción de una importante compañía y deben recolocar al ochenta por ciento de la plantilla despedida, pues son preciados especialistas en su oficio, y el estado no puede prescindir de mano de obra tan cualificada. Su puesto, el de Raúl, será el destino de uno de dichos trabajadores. Le supera en todo. Coeficiente intelectual, preparación profesional y puntos sociales ¡Joder! ¡Los puñeteros puntos sociales!

Raúl esta blanco. La crispación inicial se va mezclando con una dramática sensación de cierta impotencia. Cree sudar, pero es solo impresión. El frío del pánico le impide cualquier transpiración.

La desventaja frente a su relevo es notable, insalvable. Raúl es consciente de ello. Sus puntuaciones en la oposición de inteligencia son inamovibles, y aunque pidiese una revisión, jamás podría superar la nota que dio hace años, cuando aún estaba fresco de mente. A esto se suma la situación personal. No está casado “Qué razón tenía mi madre: búscate una chica, hijo…y yo nada, a lo mío” Ni hijos tiene, con lo que sus puntos sociales son inexistentes. Es decir, ni “son”. Después está el tema medico. Nuestro hombre fuma y bebe a menudo. Muy a menudo.  Colesterol alto amenazando ya con un posible problema bascular y una tos crónica que augura un probable cáncer futuro. No hay nada que hacer, sino esperar. Como dice la carta, en diez días recibirá su finiquito y en un mes deberá presentarse en la oficina sanitaria de control de población.

 Sentado y cabizbajo intenta pensar; asumir. En su cerebro la impotencia deja paso a la resignación, como siempre. Es la realidad humana.

La capacidad de rebelión del hombre tiene un límite; un baremo, el del auto convencimiento. Por mucho que nos cueste reconocerlo- debido a nuestra vanidad- somos conformistas. Al comprobar que nuestra resistencia no conduce a nada, elegimos siempre la mejor opción, o lo que es peor, la más cómoda. Incluso la muerte es más cómoda que la lucha. Y además ¿Qué lucha? ¿Contra quien o contra qué? ¿Contra todo un sistema al cual perteneces y llevas años colaborando? Imposible, ilógico y vano esfuerzo.

Raúl esperará, pues, su dinero. Lo gastará en una última e irrepetible juerga. Comerá como un marqués. Elegirá a las mejores chicas por dos o tres noches; se llenara de alcohol del caro, e incluso meterá la nariz en placeres ilegales, total, ya no tiene tiempo a engancharse.

Después, cumplido el plazo irá, obediente y resacoso a que le administren, en la clínica de control de población, la solución final. La famosa y temida inyección. Se dormirá y adiós. No hay lugar para la inactividad en el nuevo mundo. La pobreza es cosa del pasado. En la sociedad actual no existe la miseria.
Hace tiempo que los hombres reclamaron gritando tras barricadas de contenedores y neumáticos ardiendo: “¡trabajo o muerte!”.

Y les hicieron caso.




martes, 13 de marzo de 2012

Mientras duermes





Mientras duermes
(Tonecho)




                                Estas dormida y yo te miro casi sin querer, de reojo. Aprovecho, mientras descansas, para reencontrarme con mis fantasmas, que me adoran (…y últimamente me extrañan). También aprovecho, cobarde (…siempre lo he sido, eso no es nuevo) para pensar con la tranquilidad de saber que no me miras.

                Es así, en la soledad del silencio, cuando me siento libre (…la libertad en compañía es utópica). Es tu sexo (…que adoro) el que me ata, amiga. Este lo representa tu mirada (derramando susurros) y la certeza de tu boca; por eso duerme, cielo….sigue durmiendo. Deja que me sienta hombre un poco más; entre tus piernas no soy más que un niño y necesito crecer, o creerme que lo hago (…vivo en el engaño, si; me encanta; oculta la verdad, tan puta como siempre)

             Ahora, al verte así, aparentemente inofensiva, un escalofrío me recorre; algo que jamás había sentido: Cariño (…lo que hacer follar a menudo). Si creyese en el amor, diría que estoy enamorado, pero no, es algo infinitamente superior; es paz. Sé que estoy a gusto contigo, y eso me acojona. Salta en mil pedazos mi rol inaccesible, mi independencia y mi encantadoramente triste vida.

          Ayer me di cuenta. Cuando el ritmo del aliento anunciaba un intenso y cercano orgasmo, me pediste; - …tone, correte en mi, no te separes….por favor, quédate dentro.
 Yo obedecí (….mis sabanas lo agradecieron), y en ese intercambio de calor, de humedad, de placeres, fui, por un instante, padre, amante, hombre y mujer. Toqué la medula misma de la vida, y algo cambió. Joder, aun no estoy borracho y mira como hablo. Solo me falta ponerme a llorar.

- ¿Tone, estas despierto?

 Veo de nuevo tu mirada azul, y respondo:

- no, vida, estoy soñando. He tenido pesadillas. Sécame el sudor, anda.




              

sábado, 25 de febrero de 2012

Impotencia y erección





                             Os presento a Mario Gómez. Uno más, en este teatro de sueños y despertares que todos conocemos como vida. Vida que, en el caso concreto de Mario, administrativo de profesión, es una tela gris salpicada, con cierto desorden, de algunas caprichosas y anárquicas pinceladas de color ; las que le da, o le daba, mejor dicho, su compañera sentimental. Amor, pasión y desencuentro: Vida.

Ahora, en éste momento, Mario tiene sobre la mesa del dormitorio su futuro; una cuerda anudada a modo de horca; y en la mente, como un molesto clavo de acero, su pasado; latiendo aún; dañando. Va ya para cuatro semanas que ella se fue, escupiendo un “te odio” y un adiós. Portazo, y hasta hoy. - Quizás, como autor, este dando demasiadas pistas al relato, pero al ser narrado en presente, me limito a contar lo que veo… y ya se verá -

Torpemente, pues no olvidemos que es oficinista, Mario ata la maroma a un tubo metálico que atraviesa, a una considerable altura, el marco que da entrada a su cuarto. Es una barra que, paradojas de la vida, Mario utiliza a diario para mantenerse en forma, haciendo flexiones. Ahora, sabedor de que soporta su peso, le ayudara a todo lo contrario. Dejar de estar en forma; para siempre.

Subido a un taburete, nuestro mustio personaje desliza la cuerda por su cuello, como hacía hasta ayer con su corbata, -que no deja de ser otra soga que de alguna manera nos mata en vida -
Un último vistazo en derredor acentúa aún más su pena. Todo es desolación, vacío, y lo que es peor; recuerdo. Cada rincón de su casa guarda un recuerdo. La sombra de su novia sigue allí, como un espectro. Angustiado, Mario cierra los ojos. Le tiemblan las piernas y el taburete cae; o se deja caer, da igual. La soga quema el cuello, el pelo suda y su cuerpo se estremece. No va a ser rápido, se teme.

De pronto siente como algo vibra a la altura del bolsillo izquierdo del pantalón ¿será una erección? Por todos es sabido que la asfixia produce ese efecto. Pero no. ¡Coño, no! Es el móvil. Nervioso, intenta alcanzarlo, y aunque los brazos parecen más cortos al estar colgado, lo logra coger. A duras penas mira la pantalla ¡Es ella! Mario descuelga mientras trata de llevárselo a la oreja. La puñetera cuerda no deja de balancear su tenso cuerpo en el aire.
- Mario…soy yo, verás…yo ¡necesito verte, Mario! ¡Aún te amo, vida!...perdóname.

Silencio. El pobre infeliz trata de hablar, pero no encuentra el aire.

- ggghhh…

- ¿Mario? ¿Estas ahí...?

- ghhhhh…

Como era de esperar el teléfono cae, para colmo de Mario, que ve, impotente, como se cae también su mundo, su vida y su suerte. Por fin llega el estertor, y tras el, la muerte del suicida. Un prominente bulto en el pantalón del fallecido delata la erección más impotente del muchacho.

Si es que hay que pensar mejor las cosas, Mario… o bueno, puede que no. Quien sabe.
Por cierto, soy el destino, ejerciendo de narrador. Algunos me llaman caprichoso, otros sarcástico y otros cabrón. Puede que exista, o puede que no. Quizás soy ficción, como el protagonista del relato, o tal vez certeza, ineludible y escrita. Puedo ser una simple excusa para quien no quiere asumir el coste de sus propios errores, o por el contrario, ser final o principio, inevitable y preestablecido, de vuestra absurda existencia. A saber. Preguntad al autor. Yo estoy cansado.


lunes, 13 de febrero de 2012

Soledad





Soledad
( Tonecho)



                     Puta contradicción, pero cierta (...por eso jode). Cuando más solo me siento es cuando estoy acompañado, amiga mía.

Dicen de mi que soy un lobo (...o un perro, depende de la simpatía que me tengan) solitario (¡La hostia! que capacidad de observación) Cierto; tengo un unico amigo (que murió hace años), mi familia no me habla (…ni yo a ellos, para qué….solo nos une la sangre, y a mi la sangre no me gusta, prefiero el vino), y pareja, pues eso, está noche estas tú.
Ni con mi sombra me entiendo (…por eso salgo de noche), y la gente, por lo general, o me aburre o me molesta (... ¿por que nacemos con lengua?).

Mis necesidades de relación se limitan a lo físico (…no pienses mal, me explico)
Mi organismo, al revés que mi cerebro, es normal, y tiene la molesta manía de desarrollar algunas sustancias que inducen a ciertos comportamientos. La adrenalina la llevo bien, por ejemplo (…la bajo con whisky), al igual que la dopamina, que la controlo (…o ella a mi) solito (…y si no, se llama a un camello de guardia). Pero hay algo que se me escapa de las manos (…bueno, de las manos, a veces…las menos), que es la puta testosterona (…hasta el nombre acojona).

Es entonces cuando surge esa imperiosa (…je, como el caballo de Gil, pero en yegua..) necesidad de acercarme al sexo opuesto (…cuanto más cerca, mejor). Disfruto (aún antes de follar) de su compañía; inteligencia, encanto, sensibilidad y valor. Todas esas virtudes de las que el hombre anda cojo, suelen actuar como bálsamo en mi costra. Eso, sumado a otros agrados (…más físicos), me empuja (…nos empuja) a la cama, y una vez allí, cuna de sueños y altar de certezas, comienza la danza del deseo; mil veces repetida pero siempre imprevisible, misteriosa, mágica…casi mística

 Tras el sudor, los besos, los latidos y jadeos, bordamos el final…y es ahí, en el fuego del irremediable “Do de pecho” retardado, cuando tocas lo más sutil de la relación humana, segundos antes de caer, impotente (…nunca mejor dicho), en el sentimiento más profundo de absoluta soledad. Paradójica y dura sensación. Al rato, te miro y estas aquí, conmigo, separados por una sabana…tan lejos.
¿Echamos otro polvo? Hoy me siento heroico. Y sociable.



jueves, 2 de febrero de 2012

Bajón





Bajón
(Tonecho)



                             No es que a estas alturas de mi vida (por llamar a esta mierda de alguna manera) me preocupen mucho los problemas, la verdad; son parte de mi; es más, yo mismo soy uno de ellos. Pero este en concreto, me jode. Toca mi autoestima (si, a veces la tengo), mi ego intermitente y la fibra sentimental.

Este cuerpo que Dios me dio, si es que existe (...Dios. El cuerpo aquí esta) tiene, de un tiempo a esta parte, el sádico capricho de estar completamente desintonizado con mi mente en los escasos momentos sexuales que intento disfrutar.

No. No es culpa tuya, en absoluto. Bueno, si tiene cierta culpa tu desnudez de que ahora este jodido, pero no de que esto falle (y no folle). Aún en el improbable caso de que tu cuerpo hubiese defraudado a mi vista, con cerrar los ojos y tocar, tema zanjado. Que va, no es eso; paciente y hermosa amiga.

¿La edad? No creo. Tengo cuarenta inviernos, y pretenden que mi maquinaria dure hasta los sesenta y siete( esa gentuza no se suele equivocar con sus putas estadísticas)

El tabaco, me dirá algún gurú de la salud; ¿pero?, si yo ya  fumaba cuando me empecé a hacer pajas (ah....esos posters de Madonna). Imposible, no encuentro la relación nicotina- sexo (…además, me gusta tanto rubio como negro, no hay incompatibilidades).

El alcohol ni lo menciones, es vaso- dilatador, y la verdad, no recuerdo haber follado nunca sin copas…quizás algún eventual polvo mañanero, y ni eso, creo yo (…si, bebo mucho).

Podría influir el distanciamiento entre relación y relación que por culpa de mi carácter y dejadez sufro últimamente, pero aún así, desde que era un chaval (…breve, pero intenso), nunca he compartido la opinión del sexo con frecuencia y sistematizado. Niet. Si comiese percebes a diario me terminarían aburriendo. Hay que coger (…otra vez bien dicho) las cosas con ganas. Tampoco distanciarlo en exceso, que si no corremos (…) el riesgo de irnos antes de entrar.

Quizás lo mejor sea olvidarse, cambiar de tema, disfrutar de tu presencia (...cúbrete, por favor), y recorrer, al ritmo de la música, las zonas más erógenas del alma. Creo que te quiero.



jueves, 26 de enero de 2012

Belleza




Belleza
Por Tonecho


 - ¿Tone? ¿Crees que soy guapa?
(…ya estamos)

- Bueno, a saber ¿Qué entiendes por belleza?

- mmmm….
(Suponía tu meditada respuesta)

-Verás, amiga, como todo es relativo, te relato:

Eres, seguramente, menos hermosa por fuera que por dentro (…o eso creo), pero que no te quepa duda (…aunque te suele caber de todo) que eres mucho más bonita que lo que ves en un espejo. En ese impertinente cristal puedes verte en plano, pero no acariciar tu relieve; ni percibir tu olor, tu calor y la seda que regala esa piel en las caricias.

Hay, además, momentos más y menos bellos; te cuento (…y de paso, te pruebo)

Cuando despertamos (o nos despiertan) las zonas erógenas del cuerpo (…en mi caso hasta las uñas), un toque especial nos luce el rostro; y los ojos, sugerentemente sombríos, centellean chispitas de color. Así, cuando beso tu axila depilada (...me encantan las partes escondidas), la carne de tus labios (...boca), parece crecer (...no es lo único), invitando a tantas cosas como me pueda imaginar. Es, sin duda, el mejor momento de besarlos, probando tu saliva, con su toque de sal, y bajar (…hasta el infierno si hace falta)

 Desde aquí, veo tu cuerpo en perspectiva, y si, es realmente hermoso (...creo, es que estoy a otra cosa)
Lo demás ya lo sabes (…aunque te lo recuerdo, que tú sacaste el tema). Cuando ya todo está húmedo (…el cerebro en particular), deslizo mi cadera entre tus muslos y me hundo, con la parte más dura y sin embargo vulnerable de mi cuerpo, en ti. Es lo más cerca que podemos estar el uno del otro.
 Ahora te veo bien. Eres, y sabes que no miento, la mujer mas bella que conozco.

Pero aguarda (...que remedio) Es, justo en este instante, cuando tu hermosura alcanza su máximo esplendor; aunque me lo suelo perder, pues al correrme, la vista se me nubla. ¡Joder! Lo seguiremos intentando.


Tone