jueves, 22 de noviembre de 2012

Moléculas






   




                    Cierra los ojos, será mejor. Crees que me conoces, y yo a ti, mas nos equivocamos. Nada hasta ahora ha sido igual y nada volverá a serlo.
Tan sólo somos dos diminutos humanos ante un beso; nada más.
Son tan irrelevantes nuestros rostros, nuestras vidas y nuestros mismísimos conceptos comparados con un beso, que nuestra difusa existencia, considerada como El Todo, se eclipsa por completo en un mágico minuto, donde el hecho supera al hombre de la misma manera en que el arte supera al artista.

¿Quiénes somos nosotros comparados con el beso que nos damos? Improvisados actores de la vida misma, esa que paladeamos cuando la parte más húmeda de nuestros cuerpos se rozan, se juntan y se prueban con cadencia y temblor. Y es él, y solo él, el beso, quien dirá lo que nos une y nos elegirá un futuro. Amor, pasión, deseo; quizás cariño. Es allí, en la infinita profundidad del beso, donde el único acto físico del alma fluye, y con ello, veremos más allá de nuestros labios; perderemos por un instante milagroso nuestra tan necesaria como desmedida vanidad y nuestro molesto egoísmo humano. Seremos, no lo dudes, puros y honestos, conscientes de nuestra minúscula importancia y nuestra efímera bondad.

Creo, pues aún no he llegado a ello, que un beso convencido es, con la muerte, el acto más sincero de la vida; dos momentos cortos pero intensos, en los que somos personajes de algo más, de un bello conjunto en el cual participamos y en el que, por terca y pretenciosa ignorancia, creemos nuestro.

Pero ven, prueba, y al terminar veremos. Quizás podamos intuir nuestro destino.

- Pero… ¿no era esto un relato?

- No. Tan sólo un beso.