Cierra los ojos, será mejor. Crees que me conoces, y yo a
ti, mas nos equivocamos. Nada hasta ahora ha sido igual y nada volverá a serlo.
Tan sólo somos dos diminutos humanos ante un beso; nada más.
Son tan irrelevantes nuestros rostros, nuestras vidas y nuestros
mismísimos conceptos comparados con un beso, que nuestra difusa existencia,
considerada como El Todo, se eclipsa por completo en un mágico minuto, donde el
hecho supera al hombre de la misma manera en que el arte supera al artista.
¿Quiénes somos nosotros comparados con el beso que nos damos?
Improvisados actores de la vida misma, esa que paladeamos cuando la parte más húmeda
de nuestros cuerpos se rozan, se juntan y se prueban con cadencia y temblor. Y
es él, y solo él, el beso, quien dirá lo que nos une y nos elegirá un futuro.
Amor, pasión, deseo; quizás cariño. Es allí, en la infinita profundidad del beso,
donde el único acto físico del alma fluye, y con ello, veremos más allá de nuestros
labios; perderemos por un instante milagroso nuestra tan necesaria como
desmedida vanidad y nuestro molesto egoísmo humano. Seremos, no lo dudes, puros
y honestos, conscientes de nuestra minúscula importancia y nuestra efímera
bondad.
Creo, pues aún no he llegado a ello, que un beso convencido
es, con la muerte, el acto más sincero de la vida; dos momentos cortos pero
intensos, en los que somos personajes de algo más, de un bello conjunto en el
cual participamos y en el que, por terca y pretenciosa ignorancia, creemos
nuestro.
Pero ven, prueba, y al terminar veremos. Quizás podamos
intuir nuestro destino.
- Pero… ¿no era esto un relato?
- No. Tan sólo un beso.