Igual os pareceré exagerado, mas os aseguro que entre mi amplio catalogo de defectos no se encuentra la mentira.
En los cuatro días que me toco pasar en psiquiatría, por suicida, vi de todo. Aquello era dantesco…y no solo por los enfermos. De hecho, lo mas detestable que presencie en mi estancia, y que desgraciadamente ocurre, supongo con frecuencia, era ejercido por los profesionales responsables de nuestro cuidado.
Dos psiquiatras (hombre y mujer) y cuatro celadores, muy bien dotados físicamente (lógico, pues eran frecuentes las peleas). Quizás quemados por los años de trabajo, o bien por que al concluir sus estudios, comprobaron que la vida real no es un juego de la señorita pepis, ni la película de “Doctor Zhivago”. Que la sangre de verdad mancha, que los enfermos a veces se orinan encima, y además, no suelen ser simpáticos.
Dormíamos de seis en seis, hacinados en habitaciones de cuatro personas. La limpieza era inexistente, y aún por encima, se permitía fumar, tanto dentro como fuera de los cuartos. Explícale a un enfermo mental que eche las “colillas” en un cenicero, por poneros ejemplo.
Entre mis vecinos de dormitorio, se encontraba un chaval gitano, Paco. Desconozco cual era su problema, pero estaba, como vulgarmente solemos decir, como una puta cabra. Tenia, ademas, la insoportable costumbre de cantar saetas de madrugada (aun encima, mal), ante la total pasividad de los enfermeros. Con lo que ni yo, ni media planta (gritaba, el tío), podíamos dormir.
Era el único paciente que vestía de calle, sin el pijama de hospital;
- Bueno, Paco, te tienes que quitar esa ropa y ponerte el pijama- le decía, la doctora.
- ¿Si…? ¿Y quien me lo va a poner…tú..?. Los celadores, ni pío (tenia muchos primos, afuera). Háblale de normas a un gitano, y encima loco. Es una raza libre y orgullosa, como el agua, y como el viento.
Un día, los enfermeros tramaron su triste venganza.
Yo le vi salir del baño, con la cara llena de cortes, sangrando por más de veinte heridas.
Me extrañó, pues nos estaba prohibido nos, por las cuchillas, y él, además de la sangre…iba sin barba. Entonces les oí reír;
- ¿Has visto, tío?….ja, ja, ja…como se ha puesto, el “gitanillo”…
No daba crédito. Le habían dicho que venia a verle su madre (sagrada, para un caló), y que se afeitase, dándole la hoja…sin jabón, sin nada más. Era todo una farsa.
Quise partirles la cara, a esos hijos de puta, pero no lo hice, tenia mucha calle ya. Sabía el castigo, pues cuando entré, ya me había currado con los “seguratas”. Dicho castigo consistía, como no te podían pegar, en atarte a la cama, por violento, de ocho a doce horas. Yo estuve seis…y creí morir.
Lo del gitano no lo podía dejar así, impune. Pedí ver al psiquiatra, alegando ansiedad, y fui a su despacho. Después de contarle lo ocurrido, el me miro, irónico;
- Vale, Antonio. Tengo dos opciones. Creerte, o no creerte.
- Yo no tengo ningún motivo para engañarle, doctor.
- Antonio…esos celadores llevan años aquí, ¿sabes? Ni se lo que ha ocurrido, ni me interesa. Mira, chico, y esto te lo digo como medico,la vida es así…la vida sigue…
Le interrumpí, ya serio. Me acerque a su cara…y ya, a dos palmos, le recordé;
- Claro, doctor…por eso me he intentado suicidar…por que la vida es así.