La guerra vino a interrumpir su plácida vejez, su tranquila
retirada de la vida, pero como Don Eusebio le dijo a su hijo cuando este
intentaba convencerle de emigrar a tiempo: “Hijo, si he sobrevivido a la paz
¿por qué iba a temer la guerra?”
El conflicto se cebó con especial crudeza en su ciudad; la
capital. Aún hoy, después de un año de asedio, se pelea calle por calle,
esquina por esquina; a diario cada rincón es una batalla sin cuartel, y la
lucha, cuando el campo de batalla es territorio civil ,se vuelve en extremo dramática,
con el agónico componente de lo reducido del terreno, de la falta de espacio,
cuando lo que el miedo pide es correr. Los disparos y esos terribles gritos
sordos de la muerte forman parte ya de lo cotidiano, del sonido rutinario de la
urbe, del mismo modo que antaño lo fueron los motores de los coches o la voz
del chatarrero.
Eusebio recuerda todo aquello; otros tiempos, otros ruidos.
Otros paisajes menos grises, quizás. En cambio, el brazo que sostiene firme y
dulcemente sigue siendo el mismo. Allí sigue a su lado, con la misma cadencia
en el andar y esa serena elegancia en su mirar que un día, lejano ya, le
enamoró. La memoria de su esposa ha sufrido serios baches con la edad, pero él
esta a su lado para no permitir que perezcan sus recuerdos; cuesta mucho
conseguirlos como para dejar que se borren de repente.
Todos los domingos, desde antes incluso de casarse, siendo
novios aún, a Eusebio y su mujer les ha gustado pasear por el bulevar de la
avenida del céntrico barrio donde viven. Una manera como otra de llenar de
cierta paz mente y alma; un baño de aire que atenúe los problemas, al igual que
otros buscan la iglesia, el bar o la petanca.
Este día luce un sol espléndido, y tras ayudar a peinar y
vestir a su señora, Eusebio hace lo propio y sale dispuesto a dar su paseo
dominical. Apenas ha atendido a los pocos vecinos que aún le quedan y que, atemorizados,
dicen que cuidado, que la avenida es ahora zona de fuego. Ambas tropas disputan
desde ventanas y tejados la gran calle, intentando ganar casa por casa la
posición. Eusebio agradece cortésmente las advertencias, pero continúa en
aquella dirección que tan bien conoce; casi sabría llegar con los ojos
vendados.
Una vez allí, en la glorieta donde nace su calle favorita,
se detiene unos minutos y observa pensativo. Al poco, toma una gran bocanada de
aire, enciende un cigarrito puro, y le dice a su mujer, ya más relajado, que no
se asuste por los disparos, que ya cesarán.
Y así comienzan, una vez más, a
pisar las grandes losas blancas de su tan conocida acera.
Como si de una aparición divina se tratase, los tiradores, atónitos,
bajan los fusiles a su paso. Aquella pareja de ancianos parece un espejismo en
medio del horror, una señal de vida que detiene a su paso la masacre. La única
imagen realmente viva que han visto en todo un año de contienda.
Nadie dispara, incluso un soldado que apoyaba su fusil en el
hombro para apuntar recibió un contundente puñetazo de su propio compañero.
Media hora de pausa, de luz, de aire ¿de esperanza? Quizás.
Don Eusebio observa a su mujer. Está algo fatigada ya, se lo
nota, y aún queda cierto trecho para llegar a casa. Ambos deciden concluir su
paseo y emprenden el regreso.
Al llegar a su portal, una asustada vecina les pregunta,
visiblemente inquieta:
- ¡Pero Don Eusebio, como se le ocurre! ¿Pero no tiene usted
miedo, hombre de Dios?
Don Eusebio arquea las cejas y sonríe al responder:
- ¿Miedo? Miedo me da la casa, mujer. Imagínese que nos cae
una bomba encima ¡Que espanto!
10 comentarios:
Buenísimo Caste!!! y el final uffff de lujo.
Este es un gran mensaje, ¿de paz? Sí, es un respiro, un gran momento, ese paseo...
Un placer volver a leerte, amigo.
SALUD!!
Joer, he visualizado a la pareja paseando a paso tortuga tranquilamente entre francotiradores, y ellos, atónitos, respetando su paseo diario.
Muy bueno, Caste y una idea estupenda!
Es un tema importante. El que aun no vivió la vida, teme por ella y el que ya la vivió toda, no quiere morir escondido, esperando lo que no sabe si llegará, opta por la luz. Me gustó. Te felicito
Atisbos de ternura dentro del horror de la guerra. Qué gozada leerte!!!
Un abrazo, amigo.
Siempre dando en el clavo... sorprendiendo... con una tierna originalidad de la que invariablemente sacamos una enseñanza.
Es una delicia leerte, amigo mío. :)
Un relato con ternura!! claro, la señal tranquila de la pareja de ancianos o de niños, trae esperanza en medio de la tempestad.
Saludos y gracias por tu presencia.
Mejor ver venir la muerte de frente que, que te encuentre desprevenido. Eso pensaría el bueno de Eusebio.
Buen relato, Te felicito
Saludos
La locura (de pasear entre los disparos) dentro de la locura (de la guerra) y que, mira por dónde, consigue la cordura, aunque sólo sea por momentos.
Y la ironía del final, un puntazo.
Te felicito, amigo.
Un abrazo.
Quizás caminamos hace ya tanto tiempo entre guerras...
Excelente, como siempre, Castelo.
Me voy a mal acostumbrar!
:)
Saludos
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