jueves, 6 de octubre de 2011

Una pareja más





                “Hasta que la muerte nos separe”; me dijo, sin escucharme, sin atender mis quejas y por favores. No era una boda. No. Fue algo más. Una unión total. Un compromiso de mirada honesta y cariñosa; de autentico querer, y de valiente locura. Una solemne promesa sellada con papel de plata y heroína.


Habíamos crecido a la par. Vecinos de bloque, amigos desde niños, y después, adolescentes, llegó el resto. Mi primera novia. Mi única novia. Siempre juntos, sin secretos, confidentes y amantes a la vez. Precioso comienzo de vida, pero ésta, como todos sabéis, nunca es perfecta.


De muy chaval, lo que hace ser de barrio humilde, conocí con mis colegas ciertas cosas que maldigo el día en que me las presentaron. Las risas y juergas iniciales, pronto pasaron a ser un peligroso juego. Lo que empezó siendo esporádico, terminó en costumbre, y de ésta, en dependencia. Si, sabéis de lo que hablo ¿motivos? Y yo que sé; no los conozco, o quizás ni existen. Lo que si sé, son las consecuencias. El vacío, el día a día, el sufrir y el no dormir, el sentirte incapaz de mirar de lejos y apagarte poco a poco en tú presente.


¿Cómo iba yo a darle eso a mi novia? Mejor morir que meterla en esa mierda en la cual se había convertido mi vida en apenas dos años. Opte por dejarla, por tragar lagrimas y decirle “se acabó, ya no te quiero”, pero ella, obstinada e intuitiva, supo de mi problema, y trató de ayudarme. No pudo, claro. Nadie puede, salvo uno mismo, y yo soy débil, muy débil.


Dejé de verla. Cambié de casa y me fui del barrio, pero no sirvió de nada. Tanto me quería, Dios ¿Cómo se puede querer tanto?... siendo joven, ingenuo y bueno, claro, como ella. A los dos meses se presentó en mi nueva casa, si es que aquello se le podía llamar así. Casi muero cuando la vi. Allí estaba, bajo el dintel de la puerta, pálida como la cera, con esas tan conocidas ojeras azules y con las diminutas pupilas de yonqui que fijamente me miraban, mientras decía “ahora ya no tendrás motivo para dejarme. Soy como tú, cariño”.


Y ya veis. Pasó la vida ¿vida? No, digamos tiempo. Parece mentira, cómo cambian las cosas. Actualmente, es capaz de matarme por medio gramo.





1 comentario:

Manuel dijo...

UF, tremendo artículo el que has publicado, Antonio. Y conociéndote sé que algo hay de todo eso. Evidentemente ella no tuvo tu entereza y fortaleza si así se le puede llamar cuando una persona logra vencer ese estado.

Un abrazosa y me alegro de leerte de nuevo.