jueves, 13 de enero de 2011

El Willy




Allí estaba en la barra, con su cerveza y tranquilo. Debía quedarle algo de metadona en la sangre, todavía.


El Willy había sido, en sus tiempos, un chungo; de los de antes. Ahora, con sus cuarenta otoños, parecía su propia radiografía. Cuatro años de trullo, mucha vena, y además, “el bicho”. O sea, acabado, o casi, que con los yonkis nunca se sabe.


En fin, parecía una noche más. Partida de mus, poca gente, y el willy a su rollo, con su gorra, su chándal, y su pasado.

Todas las noches son tranquilas hasta que dejan de serlo, y aquella no iba a ser una excepción, tenia componentes.

Lo malo que tiene la paz es que es efímera, y se suele difuminar con el silencio, que en este caso fue roto por tres tipos que, a voces, entraron en el bar.

Mira que había barra, pues nada, siguiendo la ilógica estupidez humana de arrimarse, se acoplaron a pocos pasos del invisible Willy.

Eran tres personajes perfectamente reconocibles en la actual fauna varonil. Estos pretendidos guapos de ahora, que inflan sus músculos con cuatro horas de gimnasio diarias, llevan patilla en pico, manga corta hasta en invierno, y hablan a voces para hacerse notar. El nivel intelectual, lógicamente, pasa a segundo o tercer lugar, es decir, gañancetes en directa línea paterna.

Lo curioso de estos simples, y lo que nos lleva al caso, es que de noche suelen lucirse de duros, de malotes. Todo un despropósito.

Quizás por ello, al Willy, que si lo era sin pretenderlo, le salto el automático, a la cuarta o quinta vez que le gritaron en la oreja.



-  Oye, tío… ¿puedes hablar mas bajito...tronco?  (Imaginaos acento yonki cerrado…)

El mazas aludido no daba crédito, mientras, mitad sorprendido, mitad despreciativo, contestaba, muy chulo él;


- ¿Como que tronco…? yo no soy tu tronco ¿vale?, y si tienes algún problema, pues te piras…

Risotadas cómplices, etc.

El Willy, sin perderlo de vista, pidió otra botella de cerveza (la que tenia estaba a medias, y pesaba poco), era listo como una rata, y estaba herido en su orgullo callejero, el único que tenia.

En diez segundos, y exagero, ocurrió lo que ahora cuento.

 Agarro la birra por el cuello, la rompió en la cabeza del gorila, que calló, con la frente abierta y sangrando aparatosamente, de rodillas en el suelo. Cuando sus colegas quisieron reaccionar, uno ya tenia, a dos centímetros de su gaznate, lo que quedaba de botella, sujeta por la mano milagrosamente firme del Willy, que ahora si gritaba;


- ¿Alguno mas quiere pillar?..¿Eh?... ¡hijos de puta!

No. No querían pillar, evidentemente. Estaban blancos, y temblando. El Willy, después de escupir, se perdió en la noche, de la que siempre formó parte, con su orgullo intacto, y además, sin pagar. El que tuvo, retuvo, dicen.

Nosotros, que ya presentíamos como iba a terminar la fiesta, nos limitamos a llamar a un Samur (sin mucha prisa, que tampoco era un parto), y a continuar la partida.

Entre la mezcla de sangre y cristales rotos, surgió una irónica sonrisa. Era la mía.


1 comentario:

Manuel dijo...

Da la sensación de que se trata de un trozo de
película de esas baratas, pero quien te conoce sabe que nos has contado una más de tus experiencias.
Extraordinaira narración.